Dicen que hace muchísimo tiempo llegó a Sevilla, Ciudad de la belleza, un caminante medieval con su báculo de viajero del que colgaba una bota de buen vino, que venía recorriendo las Cortes de España viendo luces del románico y el gótico. Pero cuando llegó a Sevilla y contempló la belleza de la Ciudad cayó de rodillas y musitó como una oración:
Linda sin comparación,
claridad e sol de España,
placer et consolatión,
curiosa ciudad extraña,
el mi corazón se baña
en ver vuestra maravilla,
muy poderosa Sevilla
Guarnida de alta compañía.
placer et consolatión,
curiosa ciudad extraña,
el mi corazón se baña
en ver vuestra maravilla,
muy poderosa Sevilla
Guarnida de alta compañía.
Estos versos le valieron al poeta peregrino cien Doblas de oro y la promesa de que cada año por otra cantiga, otras cienta. Sevilla sabía recompensar así de bien a los poetas que la cortejaban.
Hoy es al revés, sólo corteja a unos cuantos lameculos ignorando a otros grandes que hasta se tienen que ir, en fin, como la vida misma.
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