El porqué del apellido Japón en Coria del Río.


El porqué de los apellidos japoneses en Coria del Río tiene su explicación, aunque algunas veces otras explicaciones no nos convenzan del todo. Un pueblo que más de quinientos habitantes llevan el apellido Japón, todo un récord y siendo este pueblo de España el que mayores descendientes tiene de samuráis, por lo que parece que estamos en el Japón Andaluz.

Y toda esta historia viene del siglo XVI, época en la que los españoles empezaron a viajar por Nueva España (México) y China por el Océano Pacífico para hacer grandes tratos comerciales. Empezando España con Japón a entablar una relación para expandir el cristianismo y sobre todo, por las muchas naves que naufragaban en sus costas por malos temporales.

Es en 1611, cuando el explorador Sebastián Vizcaíno llegó a Japón desde Nueva España, no siendo sus encuentros con Shogun muy buenos, más bien todo lo contrario por no respetar las grandes costumbres de los japoneses. Por eso siguió su viaje Sebastián por el norte de Japón, donde su embarcación naufragó y el Shogun le hizo otra pero por interés: enviar una misión japonesa a España para negociar un tratado de comercio con el Rey Felipe III y el envío de misioneros cristianos a Japón con el Papa. Siendo el elegido de llevar esta expedición el samurái Hasekura Tsunenaga ( un nombrecito sencillo).

Partió Hasekura con otros samuráis, comerciantes y marinos de Sendai en 1613 a España, los que llegaron a Coria del Río y pararon por ser bastante complicada la navegación del río para partir hasta la bella Sevilla. Esta comitiva de japoneses se quedó en Coria casi tres años que duró la visita. Pues las negociaciones como hoy muchas también fracasaron por condenar el Shogun de Japón la fe cristiana (siempre si se dan cuenta la religión de por medio). El amigo Hasekura se volvió a su país, pero fueron muchos los que se quedaron a vivir en Coria del Río. Por esto unas décadas más tardes aparecen los primeros apellidos Japón, y fue porque era mucho más sencillo de pronunciarse que los  impronunciables apellidos verdaderos, algo más que lógico.


La Cueva de los Covachos.



Todo el mundo, o casi todo el mundo conoce las Cuevas de Altamira pero pocos la que se encuentran en el municipio de Almaden de la Plata, a unos sesenta kilómetros de Sevilla llamada la Cueva de Los Covachos.

Entre dos canteras de la época romana está la Cueva de los Covachos. En la que podemos contemplar en su interior las primeras pinturas rupestres de Sevilla, las que datan de la última etapa del Neolítico. Esta Cueva tiene más de 1.200 signos, todos realizados con trazos simple y esquemáticos en un estrecho recorrido de 300 metros marcado por un acentuado desnivel.

Las pinturas de esta Cueva parece ser que significan la relación con los ritos de fertilidad que realizaban los moradores de la misma. De esta Cueva única hay que decir, que nunca ha tenido la atención que se merece, y yo particularmente creo que es porque esta en Andalucía, en otro sitio la hubieran dado a conocer mucho más.

La triste historia de Tomasín.



La triste historia o leyenda de Tomasín ocurrió en el barrio de San Marcos en Sevilla, un niño con tan sólo ocho años que quedó huérfano de madre y su padre trabajaba en la terminal de San Jerónimo. Donde su jornada laboral duraba casi todo el día (un estilo a hoy), por lo que el buen hombre no podía hacerse cargo de su hijo y llevó a las monjas del convento de Santa Isabel para que lo cuidasen.

Era Tomasín un niño bueno y bastante alegre, consiguiendo el cariño incondicional de las monjitas que lo tenían como a un Niño Jesús. Le encantaba la Semana Santa, por eso su mayor ilusión era salir de nazareno en la popular Cofradía de Los Gitanos, consiguiendo que las monjitas le hicieran una túnica y una vara pequeña para que pudiera cumplir su sueño de salir con su queridísima Hermandad.

Tomasín contaba los días para que llegase el día de salir vestido de nazareno. Pero por desgracia cayó enfermo unos meses antes de Semana Santa, y tras pasar algunos días en la cama, falleció. Una triste noticia que corrió como la pólvora por el barrio de San Marcos, estando el entierro lleno de vecinos sin poderlo creer que tenían que despedir al pequeño nazarenito amortajado con su túnica que las monjitas le hicieron. Una estampa conmovedora como ven.

Al llegar la esperada Madrugá, unos hermanos de la Hermandad de los Gitanos atravesaron la plaza de Santa Isabel para dirigirse a la Iglesia de San Román, de donde salía la Corporación. Siendo en ese momento cuando escucharon el ruido de una puerta de madera y extrañados vieron a un niño vestido con la túnica de la Hermandad y una pequeña vara en la mano. Asustados los hermanos vieron como el niño se alejaba y decidieron seguirle, pero ya no le volvieron a ver. Lo único que encontraron fue la pequeña vara en el suelo, la cual recogieron. Una vez terminada la procesión decidieron entregar dicha vara a las monjas del convento de Santa Isabel, no pudiéndose creer la Hermana Superiora que la vara hubiese salido de aquel lugar porque estaba bien guardada en recuerdo del niño que habían cuidado. Se ha contado más de una vez, que hay gente que aseguran que en la Madrugá han visto a un nazarenito salir del convento para intentar cumplir su sueño, salir de nazareno en Los Gitanos.