Fue en el año 696, cuando Sevilla quedó sorprendida ante la llegada de un cortejo de gentes vestidas con trajes riquísimos con oro y negros desnudos con anillos no en los dedos sino en las orejas (a más de una hoy estoy viéndola en esa época entrándole algún que otro negrito y no el del whatsapp), los que llevaban a hombros en una especie de carroza (no confundir con ningún paso de misterio) a un señor viejo y más gordo que el Gambrinus de la Cruz del Campo.
La llegada del cortejo era una familia y su séquito de un importante personaje del Imperio bizantino, que al llegar a la ciudad, desde la Puerta de Córdoba quiso ir al palacio del duque de la Bética (no al campo del Betis, entonces no estaba ni pensado), gobernador general de Andalucía, enseñándole un salvoconducto firmado por el rey visigodo de Toledo que le concedía libre paso por sus estados. El viaje de este señor era ir a un balneario medicinal y tomar sus aguas que se encontraba en la bella Marchena, para curarse de la enfermedad del <<Fuego de San Antonio>>, que tras estar una temporada en Marchena se curó y fue otra vez a ver al duque de la Bética, para despedirse y de paso decirle que el balneario estaba muy mal conservado y que intentarán de reparar para seguir aprovechándose, (hoy el bizantino se llevaría todos los días diciendo: esto hay que restaurarlo, esto también y aquello también).
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