Fue en siglo XVI, cuando vivió en Sevilla el escocés Jaime Bolen, quien se dedicaba al comercio y fue denunciado a la Inquisición como hereje, siendo preso en el famoso Castillo de Triana, al cual se le formó un proceso por sus herejías y su propaganda, que hizo a bastantes partidarios.
Jaime Bolen era un hombre de carácter firmen, y cuando cayó en las manos de la Inquisición se mantuvo en sus trece hasta el final, casi sin pestañear ante esos asesinos que siempre llevaban la razón. Saliendo el 13 de Octubre de 1596 en un auto público de fe, con sambenito sin que por el camino hasta el quemadero diese muestras de estar abatido. Cuando llegó a la hoguera Jaime Bolen tenía el mismo ánimo, lo que llamó bastante la atención, que el reo no hiciera nada ni lanzará la menor queja cuando las impactantes llamas comenzaron a quemar su cuerpo, del quién dicen que ni su rostro se alteró ni se vieron en el sufrimiento físico.
Ocurrió un caso bastante curioso cuando la noche de la muerte de Jaime Bolen acudieron al Prado de San Sebastián tres hombres, quienes subieron al quemadero y recogieron las cenizas de las víctimas, que depositaron con un gran respeto en una caja que traían. Pero la cosa se complicó cuando alguien presenció esto y lo comunicó al Santo Oficio, quien sorprendió a los tres hombres y fueron detenidos, siendo estos marineros de un navío inglés, que habían cogido las cenizas de Jaime Bolen, porque decían que había muerto Santo, por no moverse ni decir nada en absoluto cuando lo quemaron vivo, y como era de esperar, los tres buenos marineros también fueron quemados por aquellos indeseables inquisidores. Ya saben, no recojan cenizas por si acaso.
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